K. Ravenwolf
Maestro de Gremio
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Personaje Raza: Minion Nombre: Kein Clase: Mago Negro
| Tema: Librero de kohonesmaru 1/7/2011, 11:55 pm | |
| aqui unas cuantas historias que hice por ahora una XD - Historias de una ciudad donde no habita nadie:
Prologo
Las historias que he de contarles a continuación ocurren en una ciudad cuyo nombre no es relevante para las historias. Es una ciudad ordinaria, no muy distinta a la que usted habita, hasta cierto punto solamente. Solo que es una ciudad que donde las personas la habita por periodos de no más de 12 horas por día, es una ciudad hotel, ya que solo sirve para dormir. Es una ciudad donde todos tienen algo que hacer, donde no hay tiempo que perder en cosas tan insignificantes como conocer a tus vecinos, saludarlos siquiera. Todos salen, todos huyen a algún sitio, tal vez su trabajo o bien a la escuela. Esta es una ciudad con miles de personas, pero ninguna que la habite realmente. Una verdadera ciudad fantasma, solo habitada por entes transitorios.
Me he visto caminando por las desoladas calles nocturnas, son tan sombrías, apacibles hasta un cierto punto, pero sin vida. He visto siluetas a través de las ventanas pero aun así dudaba que en esas casas habitaran personas, no lo se, viví mucho tiempo en esa calle, pero nunca he visto a una persona, me es difícil saber siquiera si yo estoy aquí ahora, como saber que existo, si no tengo a nadie para que lo constante.
A la mañana, es algo rutinario, suelo viajar en un camión, después tomaría el metro para llegar a mi destino, hay tantas personas junto a mí, pero aun así parecieran no existir, ¿quienes son? ¿A dónde se dirigen? Jamás lo sabré, aun entre tantas personas, rodeado todo el tiempo por cientos de personas no dejo de sentir que estoy solo en esta ciudad donde no habita nadie.
Mis intenciones son sencillas, quiero plasmar, dejar evidencias a través de mis escritos que las personas de las que escribo son tan reales como Uds. o como yo, que sus vidas queden plasmadas en sus recuerdos, y puedan así seguir viviendo a través de su imaginación.
- Enseñanzas:
Hace no mucho tiempo vivió una pequeña pero feliz familia. No era muy grande, tan solo una madre, un hijo y su hermana menor. Los tres vivían en un pequeño pero acogedor departamento al norte de esa ciudad en la calle Gardenias, su número es el 23 y esta localizado en el tercer piso. Lo tenían todo realmente a pesar de sus carencias, nunca tuvieron un televisor, radio, una computadora, cosas que si a nosotros nos faltaran talvez no duraríamos mucho sin morir de aburrimiento, pero a ellos no les importaban estas cosas tenían todo lo que necesitaban estufa, refrigerador, lavadora y sus camas, pero aun mas importante que todo esto es que se tenían los unos a los otros.
Alfonso y Samanta nunca conocieron a su padre, el murió ya hacia varios años de una ataque al corazón, o eso sabían ellos. En verdad eso nunca les incomodo, Sara siempre les había dado todo lo necesario para vivir, un techo, comida y ropa. Aunque si era complicado educar a dos niños, trabajaba de 9:00 a.m. a 9:00 p.m., todos los días menos los fines de semana. No había quien los cuidase, pero su madre confiaba bien en Poncho y le confiaba a su hermanita. La comida siempre estaba lista, solo había que sacarla y ponerla en el micro ondas, que a duras penas había conseguido, eso si la estufa estaba prohibida estrictamente.
Las mañanas eran apresuradas, servir un desayuno y salir volando al trabajo. Pero en las noches aunque algo cansada Sara jugaba con sus hijos. Hacían de todo, cualquier juego era divertido aquí, pero su preferido era uno en particular, Las escondidas, no había muchos lugares donde esconderse, pero de todas maneras se divertían a lo grande. Al ir avanzado la noche llegaba la hora de dormir, el sitio era pequeño por eso solo había una cama donde todos dormían, su madre en medio y Alfonso y Samy dormían a sus costados. Un cuento antes de dormir y después de sus besos de las buenas noches se preparaban a descansar.
Cada día era parecido, una desayuno rápido, besos de despedida, en la nevera había unas notas pegadas, diciéndoles cuales eran los deberes que les correspondían, ya fuera lavar los platos, o bien que libros debían leer o problemas de matemáticas que debían resolver. La noche llegaba y se repetían las cosas.
Cuando su madre los veía dormir ya, salía de su cama y miraba por la ventana y después a ellos y de pronto ligeros sollozos comenzaban a oírse. Alfonso ya la había oído antes pero no sabia lo que ocurría tan solo esperaba que fuese una pesadilla y volvía a dormir.
Siempre hubo tres reglas cuando no estaba Sara en caza: Alfonso protegería a Samy de todo peligro. La estufa jamás debía ser tocada y por ultimo La puerta jamás debía abrirse.
La madre se los dijo muchas veces “Afuera existen muchos peligros para dos niños lindos como ustedes, asesinos, ladrones, violadores, autos…” y un sin fin de cosas, por supuesto que decirles tantas cosas era aterrador y ellos ni siquiera tocaban la puerta. Tal vez era algo muy exagerado, pero su único fin era mantenerlos a salvo del mundo.
El tiempo seguía su curso y los lamentos de Sara aumentaban a cada noche, hasta que algo sucedió. La mañana llego, Poncho fue a donde su madre para despertarla pero ella no despertaba, insistió pero continuaba dormida. Pasaban de las 9 a.m. por lo desistió al fin pensando que estaría muy cansada o enferma. El tiempo avanzo pero seguía sin levantarse. Sara había muerto durante la noche, pero ninguno de los dos niños sabía lo que significaba el hecho de morir, puesto que su madre jamás les explico bien lo que era este concepto.
Entristecieron pues esa noche no jugaron, y después fueron y se recostaron ahora sin un cuento y durmieron junto a su madre como cualquier noche. Amaneció nuevamente y ella seguía postrada en su cama, ellos tristes no entendían pero seguían como siempre. Hasta aquel día en que la comida comenzó ha escasear, tardo mas de 7 días en ocurrir esto, pero ellos no podían ir a tienda o salir, pues ese terror los mantenía dentro.
El hambre comenzó a ser sus estragos sobre ellos, la desesperación por comida llevo a Alfonso a romper la regla mas importante, intento abrir la puerta pero esta estaba perfectamente asegurada, así que el comenzó a golpearla esperando que alguien lo escuchase, pero no hubo ninguna respuesta, así estuvo hasta estar completamente agotado, y aun mas hambriento terminaron recostándose junto a Sara para dormir un poco y olvidarse del hambre al igual que su pequeña hermana, la cual al ser aun mas pequeña no soportaba tan bien el hambre como lo hacia Poncho.
Era ya día primero de mes, día en que la renta debía ser pagada, pero no había quien la pagara mas. La poca comida que quedaba estaba ya podrida, y la alacena vacía, sin una sola lata de comida, incluso aquellos horribles vegetales que siempre estaban guardados habían sido comidos como un ultimo recurso, es mas hasta parecían ser ya todo un manjar para ellos.
Lo único que podría salvarles seria el casero o si bien un vecino. Pero jamás conocieron a alguno, ellos ni siquiera notarían que Sara no estuviese, no sabían siquiera que hubiera personas ahí, no sabían que ahí había niños. No había nadie que se preocupase de ellos, que los echara de menos, no hubo jamás escuela a la que faltar.
El casero, el era su única esperanza solo tenia que ir a por la renta, pero no fue hasta el 3 día, aquel donde apenas y vivían estos dos chicos, reposados junto al cadáver putrefacto de su madre. Aquella puerta sonó, fue tocada, pero ellos no podían abrir, solo esperando ya su fin… solo esperando que ese hombre sacara su llave y abriera… solo eso…mientras que por la mente de este hombre, de esta ultima esperanza, jamás llegara la idea “puede estar justo ahora en el trabajo, lo mas probable sea que vuelva mas tarde” pero seguramente ese mas tarde seria realmente su fin
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